Oración - Introducción



Lectio Divina ( Oración personal )

“Cada vez me convenzo más de que una educación a la escucha del Maestro interior pasa por el ejercicio de la Lectio Divina, de la meditación orante sobre la palabra de Dios, y no me cansaré de repetir que es uno de los instrumentos principales con los que Dios quiere salvar al mundo occidental de la ruina moral que le amenaza a causa de la indiferencia y el miedo a creer. La Lectio Divina es el antídoto que Dios ofrece en nuestro tiempo para que superemos el consumismo y el secularismo, y esto favorece el crecimiento de una interioridad sin la cual el cristianismo no superará el desafío del tercer milenio. Pienso que ningún cristiano con un mínimo de cultura y con deseos de hacer un serio recorrido interior puede llegar a decir que no tiene tiempo para leer la Escritura... Encontrará algunos minutos (al principio diez son suficientes) para dedicarlos a la Lectio Divina” (Martini, “Estoy llamando a la puerta” páginas 63-64).

Orando en el Espíritu

“Desde hace dos mil años, la Iglesia de Cristo se dirige a Dios para expresarle su fe y su alabanza, sus peticiones y su esperanza, sus angustias y su certeza”

La oración comunitaria es el acto litúrgico a través de la cual el monje se sitúa diariamente, a lo largo de toda su vida, ante la Palabra de Dios. Sabemos, en efecto, por la promesa de Dios, que el Espíritu Santo desciende sobre nosotros cuando nos dirigimos a Él mediante la inteligencia y el corazón, para que nos guíe hacia la contemplación de la verdad. El vehículo por excelencia es el Libro de los Salmos, cada uno de los cuales es oración inspirada para que el hombre le hable a Dios con palabras del mismo Dios. Es un acto en el cual, a través de lo sagrado que hay en cada uno, podemos reconocernos como microcosmos hechos a su imagen.

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La lectio divina es una lectura orante

* Obligatoria: con la obligación que tiene una enamorada de leer las cartas de su novio... Se lee con ojos de esposa y corazón de Iglesia.
* Gratuita: para acoger gratis al autor de la gracia. No tiene objetivos inmediatos... ¡No se cosecha al día siguiente de haber sembrado!
* Cotidiana: a una hora fija. “¡Hubiese sido mejor que hubieras venido a la misma hora - dijo el zorro- Si vienes por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres... Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... los ritos son necesarios” (El Principito XXI).
* Totalizante: Porque es de enamorados, abarca todo, hasta el mismo cuerpo.
* Sapiencial-contemplativa: Su meta es la comunión, saborear a qué sabe Dios, morar con él.

La lectio es una actitud

¿De qué? De diálogo que implica acogida o escucha y donación o respuesta, con esperanza de comunión o contemplación abiertos a la acción o al servicio.
Desde antiguo se distinguen en la Lectio cuatro partes o momentos: lectura, meditación, oración, contemplación.
Más adelante veremos como María realiza estos pasos en la Anunciación de Lc. 1,26-38.
Estos son los pasos del proceso; pero no se los debe considerar como los peldaños de una escalera. Tampoco se trata necesariamente de momentos sucesivos. Hay que evitar toda sistematización rígida... pero sin escalones no hay escalera...
Evidentemente que si la Lectio es diálogo hay que empezar por saludarse: una oración de comienzo, un beso, los gestos que broten del corazón...

Lectura

Y se empieza con el primer paso: la LECTURA. Lo que está escrito y no lo que a mí me gustaría que estuviera escrito. El sentido literal: lo que dice el texto. Hay que tener en cuenta las siguientes reglas prácticas:
Hay que fijarse en:

* El contexto mayor: el capítulo y la sección en que se encuentra el texto que se lee.
* El contexto menor: lo que antecede y lo que sigue.
* Los pasajes paralelos: sean del mismo evangelio o de los otros.
* Las palabras claves que comunican el mensaje central.

En más de un caso habrá que recurrir a las notas al pie de página. Pero ¡cuidado! que la Lectio no se convierta en estudio.

Meditación

Viene luego la MEDITACIÓN. Es la reflexión sobre los valores perennes del texto. Me planteo la pregunta: ¿Qué me dice a mí? ¿Qué mensaje referido al aquí y ahora, propone este pasaje con la autoridad que le da el ser Palabra del Dios vivo? ¿De qué modo me provocan los valores permanentes que subyacen a las acciones, las palabras, los temas...?
Pero no hay meditación sin distracción. La tentación más frecuente es el divague. Ponerse a construir castillos en el aire, de esos que no tienen nada que ver con el texto. Cuando esto suceda hay que volver a la lectura. Si las distracciones persisten, ayuda centrarse en las palabras claves, quizá escribiéndolas. La otra tentación es ponerse a meditar lo que la Palabra le dice al vecino en lugar de a uno mismo. Como aquel seminarista que leyendo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión” Mt 3,7-8, salió corriendo a buscar al compañero para decirle que le hablaba Juan el Bautista. Remedio para esto: leer el texto en primera persona, por ejemplo Mc, 10,17-22 (el joven rico).
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Oración

Viene luego la ORACIÓN. Porque es un diálogo: el Señor que nos habló espera nuestra respuesta. Esto podrá expresarse de varias maneras, pero siempre en consonancia con el texto... Algunas veces la oración será alabanza, petición, acción de gracias, compunción... A veces será repetir algo del texto: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Creo, Señor, ayuda mi poca fe! En definitiva será el Espíritu quien te inspirará y hablará por tu boca; nosotros no sabemos rezar como conviene.

Contemplación

Viene finalmente el último paso: la CONTEMPLACIÓN. Aquí es Dios el que obra: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos. Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono” Ap 3,20-21. Y de esta manera, cuando Dios quiera, él mismo nos hará conocer la vida que encierra su Palabra. La Palabra, siempre, grávida de vida divina, nos hará partícipes de su fecundidad. Habiéndose hablado y mirado quedarán en silencio...


(Fuentes principales: Carta del Abad General Bernardo Olivera del 26 de Enero de 1993 y del mismo autor
“Catecismo mariano contemplativo página 45-54)



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